De cantamañanas y verseros.
Atónitos, temblorosos, fuertemente afectados por el pánico escénico y la vacuidad de sus recursos personales para hablar con propiedad y eficiencia ante diferentes audiencias y medios, los líderes y «referentes» cosechan día a día la reprobación de los sufridos oyentes y televidentes, que caen irremediablemente en justificados cuestionamientos en relación a lo que oyen y ven.
No se trata de una lotería de oportunidades políticas ni empresarias, sino de una cuota importante de deterioro de la calidad en el ejercicio de la Comunicación Profesional y eficiente.
Lo que otrora fuese tarea de expertos (en extinción) hoy la apertura mediática y social ha beneficiado a la libre expresión, pero ha perjudicado la cualificación de los oradores, que se multiplican en forma geométrica sin mérito alguno, seducidos por la oportunidad de pasar a la historia, aunque sea diciendo tonterías, sin la solidez de lo que significa dar un discurso que emocione, o al menos que se entienda.
Ya lo decía Francisco de Quevedo:
«Son sus padres principales,
y es de nobles descendiente,
porque en las venas de Oriente
todas las sangres son Reales.
Y pues es quien hace iguales
al rico y al pordiosero,
Poderoso caballero
es don dinero»
.
Algo así que gracias al dinero no hay diferencia entre rico y pordiosero, porque el dinero permitía la compra de títulos nobiliarios, según versa su interpretación. Hoy en día la diferencia claramente destacada en las actuales capacidades de «vociferar o dar el discurso», será que se «compra» la participación o protagonismo, no con dinero, sino más bien gratis, o simplemente si el cargo se lo permite, según de quién se trate.
En la embriagante sensación de haber hablado o haber dado el discurso, no se suele incluir en la actualidad la crítica correspondiente, ya que «la Corte» casi siempre admite, acepta y calla para no molestar al monarca.
Hoy ante el hartazgo y saturación de la mayoría de los mortales, y ante la nutrida presencia de «cantamañanas y verseros», se impone más que nunca considerar el valor diferencial de lo que significa hablar, hablar bien, y además transmitir emociones y convicciones a las audiencias, que por otra parte es la única demostración concreta de respeto a ellas.
Gustavo Rachid
@rachidgustavo